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La censura emocional

  • Las Madonnas
  • 23 ene 2021
  • 3 Min. de lectura

La raíz latina de la palabra censura se relaciona con conceptos como juzgar o evaluar. Censurar es eliminar las partes, que de un todo, resultan inmorales, ofensivas o inapropiadas. La censura puede ser una agresión, más o menos sutil, contra la libertad de expresión.


Disgregar el cuerpo de la mujer en partes censurables o deseables, es un error de concepto tan grave como disgregar al ser humano en cuerpo y mente. Tan grave como lo es disgregar a la mente en razón y emoción. Tanto o más como lo es disgregar a las emociones en negativas o positivas. La censura no sería posible sin la disyunción exclusiva con la que opera nuestra mente. El sistema de pensamiento heteropatriarcal ha utilizado este operador lógico para estructurar sus intereses. Y así ha ido censurando las partes que, de un todo, no le convienen.


Para las sociedades machistas lo femenino es censurable. Dentro de lo femenino hay partes del cuerpo censurables. De estas partes, ciertas funciones son censurables. Entre estas funciones, hay estados emocionales que son censurables. Y así llegamos a entender la expresión “no le hagas caso, está con la regla” o peor aún “no me hagas caso, estoy con la regla” o mucho, mucho peor aún, “no te hagas caso, estás con la regla”. La censura alcanza su máximo nivel de eficiencia cuando los sujetos sensibles de ser censurables aprehenden las conductas que se les exigen.


Las personas menstruantes atravesamos por diferentes estadíos emocionales a lo largo de nuestro ciclo hormonal y existen etapas en las que estamos más sensibles o irritables. Esto no significa que nuestras emociones sean ficticias (no más que las de las personas no menstruantes), sino que el estímulo que las dispara necesita simplemente ser menos intenso, menos obvio o menos violento para desencadenar la reacción emocional. En vez de pensar que durante estas etapas nuestra sensibilidad debe ser obviada, deberíamos tender a percibirla como una señal, un testeo de que tal o cual situación nos resulta intolerable.


A las personas menstruantes se las ha educado para soportar el dolor. Para soportarlo, además, en silencio. La mujer debe soportar el dolor, castigo de su pecado, de parir y por tanto de menstruar. Pero ante Dios, su padre, su hombre, debe mostrarse impecable, pura y siempre, siempre, ovulatoria. Se trata de una absurda y de nuevo dolorosa contradicción. El canon estético y moral del heteropatriarcado, quiere quedarse sólo con algunas de las partes de lo que significa ser mujer. Cree que puede extirpar de nuestro ser aquellas de las cuales no podría beneficiarse. Pero la mente humana siempre tendrá una puerta que conduce directamente a la libertad. Esta libertad comienza con el conocimiento, la aceptación y, más tarde, la autoregulación de los procesos emocionales. Si siempre se nos relegó al mundo de lo intrapersonal, apropiémonos de lo que es nuestro y reivindiquemos el poder del saber que hemos estado custodiando tantos y tantos siglos. La sensibilidad emocional no es un hándicap, es una virtud. La irritabilidad no es obstáculo, al contrario, es una prueba irrefutable de que hay algo que nos duele y que debemos hacer todo lo posible para paliar nuestro propio sufrimiento.


El objetivo de esta reflexión es darle luz al cajón de las braguitas manchadas de sangre menstrual, a los granos en la piel, a las heces copiosas, al olor intenso de sudor, a los cólicos, a la grasitud en el cuero cabelludo, al deseo sexual creciente, al vientre inflamado, a la necesidad de abrazos, al llanto incontrolable y al querer estar sólo para una misma. Porque nos pasamos el resto de los días cuidando de los demás, reivindiquemos nuestro derecho a cuidarnos. A regresar a la intimidad antes de volver a ser públicas. A cuestionar y a transgredir las censuras.

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